Jacob trabajó 7 años con la esperanza de recibir como esposa a Raquel, hija menor de Laván, pero obtuvo a Lea. Jacob había hecho un trato con su suegro, pero éste alegó con artimañas que las reglas de Jarán daban la prioridad en los casamientos a la hija mayor. Lea le dio hijos a Jacob, pero no era su amada Raquel. De modo que Jacob tuvo que trabajar 7 años más hasta que pudo tomar como esposa a Raquel, de quien se había enamorado hace 14. Raquel no le pudo dar hijos a Jacob. No hasta que Dios oyese su plegaria e hiciste posible que conciba a José, el hijo predilecto de Jacob.
Viaje de Jacob a Canaán - Luca Giordano, Museo del Prado
Después que José naciera, Jacob quiso dejar la tierra de su
suegro y llevarse a su ya numerosa familia. Quería formar un
hogar y trabajar su propia tierra. Laván sabía que había prosperado
gracias a Jacob, quien tenía destreza para el trabajo en el
campo, y que su venida había sido una bendición para él. Sin embargo,
Jacob quería erigir su propio patrimonio. Entonces solicitó a su
suegro encargarse del ganado y que su paga sea con toda oveja
o cordero que tenga manchas o rayas oscuras. Podrás saber de mi
honestidad pues te dejaré inspeccionar mi ganado y si encuentras
alguna que no tenga manchas o rayas se considerará un robo, le dijo a
su suegro, que acepto el trato de buena gana.
Jacob utilizó la genética de manera empírica. Había recibido este
mensaje en una visión. Cuando los machos más fuertes que tenían
manchas se apareaban colocaba unas varas que había fabricado. De esta
manera conseguía que las crías tuviesen también manchas o rayas,
formando así su propia ganadería, que no mezcló con la de su
suegro. Cuando se apareaban las más enclenques Jacob no ponía las
varas. De modo que estas crías no tenían manchas o rayas e iban al
rebaño de su suegro. Laván sintió inquietud por esta situación e iba cambiando
las reglas de pago. Jacob persistió en su modelo de reproducción. De
esta manera se hizo acaudalado, acumulando ovejas y cabras, así
como esclavos, camellos y asnos. Jacob trabajó 20 años en total para
su suegro. catorce por sus hijas y seis años más en el rebaño, hasta
que pudo dejarlo para dedicarse a su propio patrimonio.
Llega la temporada en la que los amigos, familia y seres queridos se
vuelven a juntar en grupo después de haber pasado dos años de
pandemia, de la que todavía estamos tomando conciencia sobre sus
efectos en nuestras vidas. Al menos podemos reunirnos hoy, mañana ya
se verá. Son en estas reuniones en donde seguramente se hablará de
cómo van las cosas, la economía, el trabajo, etc. De que Bitcoin ha
caído. Que hay un problema grande con un muchacho de California que
ha estudiado en el MIT y cuyos padres son profesores en Stanford. Que
mucha gente ha perdido su dinero, que se ha esfumado mágicamente. Y
que muchas empresas de préstamos descentralizados están en la misma
ruta de ruina y tal. Definitivamente hay pocas razones para que sea
otra velada más de esas aburridas.
La historia de Jacob nos deja muchas enseñanzas. Las últimas 3 décadas
el escenario ha cambiado tan drásticamente que, a día de hoy, hablar
de inversión suena como algo similar a comprar en un supermercado y no
a esa imagen que veíamos en las películas de gente al
teléfono gritando unos números y códigos que nadie entendía. La
realidad es que la Internet, junto con la difusión de este aparato que tan
inteligentemente se ha convertido en parte nuestro cuerpo, han servido
para socializar estilos de vida y difundir medios de acceso a lo que
se podría interpretar como inversión. Para mejor o peor, esto supone
que la palabra inversión se ha incorporado por primera vez al imaginario de
mucha gente. No necesariamente con la misma interpretación que haría
alguien más sofisticado y con experiencia en el tema, o como lo hace
un empresario, grande o pequeño.
Probablemente todos hayamos hecho algún tipo de inversión en algún
momento de nuestra vida. Jacob invirtió tiempo y trabajo durante 20
años para conseguir lo que buscaba: desposar a Raquel y erigir un
patrimonio propio. Jacob creyó que solo dedicaría 7 años para
conseguir este objetivo, pero no fue así. Tampoco obtuvo una mala
recompensa o se arruinó, pero persistió hasta conseguir lo que quería,
incluso cuando la satisfacción mayor de tener descendencia con su
amada Raquel tuvo algunos tropiezos. Invertir no es diferente. Nada
está garantizado y todo es posible. Puede ser que tenga suerte y éxito
a la primera. Puede también tomar buenas decisiones y, aún así,
perderlo todo. Nadie se esperaba una pandemia en el siglo XXI. Es parte del juego.
Lo más importante cuando caiga en cuenta de que ha tomado una mala
decisión es aceptar que es otro momento de la vida, la suya y la del
resto. Que no hay vuelta atrás. Que no ha tomado esa salida, como en
la autopista. Que el tren ya ha partido. No pretenda
recuperar tiempo o hacer las cosas que ha dejado de lado por esa
decisión, pues solo llevarán a nuevas malas decisiones. No sea el
jugador empedernido que solicita un préstamo para una última jugada
que le salvará del hoyo y por fin podrá pagar sus deudas. Tampoco sea el
prestamista que cree que esta vez será diferente y podría obtener un
mayor beneficio. Es una mala idea tomar decisiones personales imitando
lo que hacen otros. Evalúe su propia realidad y situación. Lo que se
puede o no permitir. Pero, antes de todo, tenga algún objetivo
concreto. Algo que no sea solo un deseo o una pretensión. Algo que le
marque un destino, aunque el rumbo sea incierto.
En el mundo de la inversión, sin objetivos es muy difícil determinar si
vale la pena destinar sus ahorros a una oportunidad en particular. De
hecho, dificulta directamente la posibilidad de hablar del tema, pues,
por otro lado, no habría manera de valorarlo: en tiempo, esfuerzo y
resultados Tampoco de elegir entre 2 alternativas. No se trata solamente
de disponer de los ahorros y esperar una visión divina que nos muestre
qué hacer para que ese dinero se incremente. De ver en la pantalla que
lo que originalmente era 10 ahora es 500 o 7.000. Eso son solo números
y no muy distinto al lo que ofrecen las apuestas, la loteria o un bingo. Mucha
gente ingresa en actividades económicas sin tener muy claro el negocio
en el que se plantea entrar. En lugar de obtener un beneficio o al
menos recuperar sus ahorros, ganando alguna experiencia,
termina siendo el cliente de los productos que se supone debe vender
para ganar dinero. Pregunte a la señora que vende por
catálogo cuántos de esos productos usa ella y sabrá si le va bien o
mal en tal negocio. Esos productos consumidos o almacenados por años,
singifican pérdida, algo que muy pocos aceptan y quien lo hace intenta no
volver a verse en tal situación. El vendedor de papa, que gana 5% por cada kilo
que vende, mira con compasión a quien le ofrece un negocio con
rentabilidad de 50%. Piensa: sí, 50% una sola vez, y ¿luego qué?. Por
eso se enriquece, mientras que el otro sigue buscando negocios
rentables, el pelotazo. El juego de los números es interesante, pero
pocos se lo pueden permitir, usualmente quienes tienen sus necesidades
básicas y de ocio más que satisfechas. El resto debe intentar ahorrar
lo más que pueda y aferrarse a la doctrina del interés compuesto.
Si tiene un dinero ahorrado o fondos en su AFP, no se deje tentar por
la posibilidad de retirar el 100% a menos que sepa para qué lo quiere
tener en su bolsillo. Los gestores de fondos mutuos, AFP u otros
productos financieros disponibles para usted harán su mejor esfuerzo
para colocar su, poco o mucho, dinero en activos que den algún tipo
de rendimiento moderado. En el peor de los casos le permitirán obtener
un beneficio muy parecido al comportamiento del mercado. Si
cree que lo puede hacer mejor, hágalo. Dependerá de su propia
capacidad y tiempo. Pero no se engañe a sí mismo entrando en
“negocios” de los que conoce muy poco o nada respecto a su operativa y
lo que involucran. Un paso en falso a mitad del camino puede ocasionar
que no llegue a destino. Si nunca ha vendido nada o llevado un pequeño
negocio, no deje su trabajo para hacerse “emprendedor”, creyendo que
será la siguiente meta en su trayectoria profesional. Los juegos
para su tiempo y momento. No piense en invertir sin antes tener claro
lo que significa o lo que quiere para sí mismo. Si solo quiere mejorar
sus ingresos, formese, si le hace falta, y busque un empleo que le
pague mejor.
Nuestro refranero es un cofre de conocimiento acumulado por cientos de
años. La frase: lo que fácil llega, fácil se va; no está para las
risas, está para aprender. Teniendo un objetivo definido lo otro que va a
necesitar es aún más difícil. Se llama disciplina. Si solo busca un
dinero extra y lo consigue, es posible que a la siguiente tarde ya no tenga el
capital, ni el extra. Confiará ciegamente en su suerte y volverá a
apostar. Es posible que salga bien. También que no, por muchas veces
que lo vuelva a intentar. Invertir no es una máquina que siempre
produce ganancias, sin importar lo que haga. Jacob empezó a construir
su patrimonio recién a partir del año 14 de haber trabajado para
Laván. El solo tener dinero no significa que tenga un patrimonio. Al
fin y al cabo, y aún más en nuestra época, el dinero también pierde
valor cada día. Jacob no quiso primero un patrimonio y luego una
esposa. Lo quiso en orden inverso y tuvo la disciplina para esperar y
no tirarlo todo por la borda a la primera de cambio.